Round #2

Dos días antes del primer cumpleaños de mis mellizos me enfrenté a mi segunda cirugía.

Una vez más llené la despensa de víveres para mis pequeños y me enfrenté a esta segunda batalla como siempre, con fuerza, optimismo y una sonrisa.

A ello contribuyeron en gran medida mi gran equipo: mi padre (una vez más cruzó el charco para estar conmigo), su mujer, y esta vez todos mis hermanos. Debía ser un momento importante cuando todos dejaron sus vidas (y mi hermano cogió un vuelo demasiado largo) para acompañarme.

La mañana de la intervención ahí estaban todos y junto con algunas miembras (como diría la Ministra) de mi otro gran equipo: mis amigos.

Una vez más fuimos A. y yo dando un paseo tranquilo la mañana de la intervención. Recién duchada y en ayunas, tal y como me indicó J.M. (mi cirujana empática). Un besito a mis bebés de despedida con la promesa (a ellos y a mí misma) de que les ayudaría a soplar su vela dos días más tarde.

J.M. me informó de que esta vez la intervención iba a ser más dura, de que tendría una cicatriz más grande y que me sería bastante más difícil recuperarme. Os lo creáis o no, obvié esa información. Ni me acordaba (de verdad). Creo que mi cerebro a veces me hace esos favores y me filtra la información que me llega para que me sea más fácil sacar esa sonrisa.

La mejor sensación es la de despertarte. Te das cuenta de que sigues adelante, de que ya ha pasado y ahí estás de nuevo, a por la vida una vez más.

Físicamente me encontraba bastante regular. No sentía mucho dolor (las drogas siempre ayudan) pero me dolía la garganta y estaba muy incómoda con mi cicatriz y con los drenajes. Me habían puesto uno y creedme, es bastante desagradable ver un tubo saliendo del esternón con una bolsa colgando. Desagradable e incluso un poco asqueroso. Aún así sacaba el humor para mandar alguna foto tranquilizadora.

(Carlos Ríos, no mires).

A la mañana siguiente me destaparon la cicatriz. Me metí en el baño a verme en un espejo y empecé a llorar. De la impresión, de que no podía ni mirarme. Las conté: 28 grapas desde mi oreja izquierda hasta mi clavícula derecha. No podía ser real.

Mis hermanas intentaron quitarle hierro al asunto pero yo no veía arreglo a ese drama. Entonces llega mi hermano, con su ácido humor que tanto le caracteriza, y añade: «No está tan mal, ¡es una L de Laura!«. «¿Una L de Laura?»– le dije- «¡Es una J de Joder!» XD

No tuve más remedio que mandarles a la mierda 😀

Foto a continuación. Aviso.
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Todavía hoy cuando la veo siento escalofríos y se me remueve “un algo” en las tripas.

Aún así hice puse en práctica mi estrategia para conseguir mi Objetivo #2 (el #1 era salir sana y salva del quirófano): Irme a casa cuanto antes para poder estar con mi pareja favorita.

Me puse corrector anti ojeras (de normal parezco un panda, después de la intervención ya no existen calificativos para definirlas), un poco de colorete, hidrato mis labios y esbozo la mejor de mis sonrisas. “¿Cómo te encuentras? Genial. ¿Qué tal has pasado la noche? Fenomenal; he dormido del tirón. ¿Te duele algo? Nada de nada, me encuentro muy fuerte”.

Llegados a este punto me siento en la obligación de contar la anécdota de la operación. Si no lo hago mis hermanas me matan:

Estamos en la habitación, haciendo no sé qué, y de repente se me quedan mirando y me dicen: tienes que darte una ducha. Yo les miro extrañada y les digo: ¿es que echo peste? y me contestan sin ningún reparo: sí, mucha. Métete en la ducha ya. Insensibles, a una pobre enferma de cáncer decirle eso, les digo.

Me ducho con su ayuda, me lavan el pelo y noto algo muy raro, como si tuviese gasas o esparadrapo en la cabeza y les digo: tengo algo aquí que me molesta, quitádmelo. Me miran extrañadas e insisten en que no tengo nada, y yo sigo erre que erre convencida de que tengo algo que no ven y que quiero que me lo quiten porque yo lo intento y no puedo. Se miran las dos y empiezan a reírse de mi (cabronas). ¿Qué pasa? ¿Que qué pasa? Y me dicen: ¡es tu oreja!

Y ahí descubrimos una de las consecuencias de la intervención y es que perdí la sensibilidad de la oreja y del lado izquierdo del cuello, hombro y clavícula. ¡Y no me había dado cuenta! Todavía hoy me preguntan que qué tal mi oreja y nos echamos unas buenas risas al recordarlo.

Qué suerte tengo de tenerlas.


Todo iba sobre ruedas pero a la mañana siguiente, el 5 de julio y cumpleaños, me dice un cirujano que viene a visitarme que no me puedo ir. Y yo no me lo puedo creer. Me encierro en mi habitación y lloro. Y lloro. Y lloro sin parar. No puede ser. Mi familia intenta animarme pero soy inconsolable. Nada ni nadie puede hacerme ver nada positivo en todo eso.

Al cabo de tan solo unos minutos aparece mi cirujana y empiezo a llorar. Me dice que no haga caso, que ella es la que manda, y me da permiso para irme. “Solo el fin de semana, y siempre con tu hermana #2”, me dice. Y empiezo a llorar otra vez, y no hace falta decir por qué.

Me visto como puedo, me llevo mi bolsa colgando, mi vía puesta, y me voy del hospital. Me encuentro como si me hubiese pasado un camión por encima. Me voy a casa, me siento a esperar a mis mellizos y al verlos llegar del cole, los dos con su corona de cumpleañeros puesta, empiezan otra vez las lágrimas. Lo recuerdo como uno de los momentos más emocionantes de mi vida y me prometo a mi misma (todavía lo hago) de que siempre que la vida (y ellos) me lo permitan los acompañaré en su día.

Mirándolo con la perspectiva del tiempo -hace un año y medio de aquello- pienso que J.M. supo ver lo importante que era para mi irme a casa y asumió el riesgo de dejarme salir sin el alta, a pesar de ir acompañada de mi enfermera particular y tener su número de móvil para poder contactarla a cualquier hora.

Mis dos hermanas pasaron a ser mis cuidadoras: me vestían, me duchaban, me acompañaban en todo momento. Cuando me dolía mucho, me tumbaba en la cama y me ponían una bolsita de analgésicos colgada del aplique de la mesita de noche. Por las noches dormía con ellas por si necesitaba algo. Nos inventamos ideas para llevar la bolsa del drenaje colgando sin que se me viera para poder salir a pasear por la calle.

Vaya trío de locas.


A los dos días, mi hermana volvía a Barcelona y yo al hospital porque mi cirujana fue muy clara con sus instrucciones: “en el momento en el que se vaya tu hermana, tienes que volver al hospital”. Y así hicimos. El mismo coche que la llevó al aeropuerto hizo una parada en el hospital para dejarme a mi.

Esa mañana celebramos el cumpleaños todos juntos: los abuelos y mis tres hermanos (nos juntamos los cuatro una vez cada cinco años). Soplamos su velita y cantamos. Misión completada. A por la siguiente.

2 comentarios en «Round #2»

  1. Que bonito! No tenía ni idea de todo lo que has pasado! Siempre has sabido sacar una sonrisa a pesar de.
    Un abrazo enorme

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