El quirófano y la lactancia materna
Poco antes de que mis mellizos cumplieran los dos meses me tuve que enfrentar a mi primera batalla contra el cáncer.
Recuerdo esas semanas como en una nebulosa: sin dormir mucho, recuperándome de parto gemelar, con la presión de la lactancia (seguíamos lactancia mixta) y los nervios típicos de encontrarte de repente con dos pequeños seres bajo tu responsabilidad.
Recuerdo llorar mucho. Y recuerdo mucho miedo. En ocasiones cogía a los niños en mis brazos y lloraba de miedo. ¿Y si me pasaba algo? ¿Y si no los volvía a ver?
Recuerdo ir el día de antes de la intervención a comprar pañales, leche, toallitas, como para un mes, “por si acaso”; dando lecciones a todo el que les rodeaba; echando mi colonia a sus muñecos, gasas… para que no se olvidasen de mi.
Mi cirujana, J.M., es una excelente persona. Me comprendió desde el minuto 0 y quiso que este trago fuese lo menos amargo posible. Me permitió ingresar la misma mañana en la que me operaba y también hizo lo posible porque mi estancia en el hospital fuese lo más corta posible y pudiese continuar con la lactancia materna.
La mañana en la que fui al hospital dejé a los niños durmiendo en su cuna. Me acompañó A y fuimos dando un paseo. Al llegar no estaba sola: mi padre, su mujer, mi hermana #1 y algunas de mis mejores amigas estaban esperándome en la puerta para acompañarme. Y qué suerte tengo.
El primer recuerdo que tengo tras salir de la anestesia fue a una enfermera mirándome con el sacaleches en la mano y diciéndome: “toma, sácate la leche que vas a explotar”. Tardé unos segundos en darme cuenta de lo que estaba pasando. Me habían operado, estaba en reanimación y tenía que seguir con mi misión: seguir lactando para mis bebés. Así que ahí me tenéis, de drogas hasta arriba en un medio despertar sacándome la leche en la cama.
Ahora, con la perspectiva de los meses me hace plantearme el motivo por el que insistí tanto en seguir con la lactancia. Creo que tenía muchos significados para mi: sentirme bien como madre, hacer lo mejor para mis bebés, mantener esa conexión tan especial con algo que solo yo podía darles y lo más importante, no permitir que el cáncer me arrebatara nada más de lo imprescindible.
Y ese es mi motto. Cuando dije que en cierto modo “abrazaba” el cáncer me refería a esto. A no dejar que esta enfermedad me arrebate las cosas bonitas de mi vida, sino que me de otras. Valentía, fuerza, resiliencia y el buen sabor de boca que te queda tras cada victoria. Porque cada combate, cada operación, cada tratamiento, test, es una prueba. Y cada vez que la superas y miras hacia la siguiente, es una victoria. Y en ese momento, cuando te das cuenta de lo que tú y tu cuerpo sois capaces, eso no te aporta nada más que fuerza.
Y yo lo conseguí. Al día siguiente por la noche ya estaba abrazada a mis bebés, sin cables, drenajes ni nada por el estilo, dándoles el pecho y llorando, pero esta vez de emoción y gratitud; gratitud hacia la vida, a mi marido, a mi familia, a mis amigos, a toda la gente que me quiere y que me acompaña todavía hoy en este camino.
Y es que no me canso de decirlo: ¡GRACIAS!


Jo, que.emotivo leerte, sobre todo cuando lo has vivido un poco de cerca. Eres increible. Un abrazo!!