Después del yodo, la gamma.

Después del primer yodo radioactivo tuve que pasar una semana “aislada”. Vivía en casa con la familia, pero me mantenía alejada de todos ellos y dormía y usaba un baño para mi sola.

La sensación es un poco parecida a la que vivimos actualmente con el Covid. No te puedes acercar a menos de dos metros, nada de abrazos y cuidado con los fluidos. Me salté la parte de la higiene de manos, ahí todavía no las tenía resecas. Eso sí, con mis cubiertos, mi vajilla y tirando dos veces de la cisterna.

A la semana de darte el yodo radioactivo te citan para hacerte una prueba de rastreo, una gammagrafía. Es muy importante hacerla a la semana porque todavía te queda algo del yodo que tomaste en el cuerpo y éste funciona como marcador.

Como comenté en el post anterior, las células tiroideas captan el yodo y la gammagrafía es capaz de verlo y crear una imagen en la que se ve si “hay captación o no” de células tiroideas.

Yo fui bastante nerviosa a la prueba, no sabía qué encontrarme: una vez más, nadie me había hablado de nada. Sabía que tenía que hacerme una prueba para ver la eficacia del tratamiento, pero no sabía en qué consistía, qué debía hacer, quién me iba a dar esos resultados, ni cuándo… nada de nada.

Uno de los motivos por los que me lancé a escribir este blog.

Bueno, estaba en la sala de espera con los enfermos a los que les dan los ciclos de quimio y radio. ¿Esto es real entonces? ¿Tengo cáncer?

En ocasiones he tenido momentos reveladores como este. Como no me dan quimio, como no se me cae el pelo, como mi cáncer no es tan grave como otros, no era consciente de mi enfermedad. Muchas veces pensaba: me operan, me dan yodo y ya está.

No soy como las enfermas de otros tipos de cáncer, como el de mama, por ejemplo. Debido a su gran incidencia, es muy conocido y está presente casi a diario en nuestras vidas. Luchadoras, valientes, tienen su lazo rosa, sus propias campañas de recogidas de fondos, sus patrocinadores, carreras, etc. Lo mío es un cáncer de segunda, por eso no le llamaba ni cáncer sino que lo llamaba (y todavía lo hago): “problemas de tiroides”.

Desgraciadamente, son muchísimas las mujeres que pasan por el cáncer de mama y es durísimo, pero considero que su enfermedad se trata de una manera mucho más natural y que en cierto modo se deben sentir acompañadas porque existe una concienciación social muy grande. Sin ir más lejos, acabo de entrar en Instagram y me ha saltado una historia de la AECC haciendo promoción de unas pulseras preciosas con textos como “valiente”, “sueña”, para lograr donaciones. Personas enfermas, sanas, familiares y amigos se unirán a su causa y les mostrarán su apoyo al llevarlas.

Por mi parte, no conocía en absoluto mi enfermedad, ni siquiera sabía lo que era la tiroides, y sentía que mi entorno más que informarme quería que pasase por el trago sin enterarme mucho de nada, que bastante tenía con mis mellizos.

Con el tiempo he descubierto que es el sexto cáncer más frecuente en las mujeres y el más frecuente en las de 20 a 34 años. Los estudios dicen que solo en este año en EEUU se diagnosticarán alrededor de 52,890 nuevos casos (12,720 en hombres y 40,170 en mujeres). Y yo sin saberlo.

Fruto de ese desconocimiento fue lo que pasó a continuación:

Cagada de miedo (con perdón) me meto en una sala con una máquina enorme con una camilla estrecha. Me hacen tumbarme y me dicen que lo más importante es que no me mueva porque si lo hago la imagen saldrá borrosa y no se verá nada.

Tampoco creo que sea para tanto, yo no tengo claustrofobia”.

Me tumbé y decidí cerrar los ojos porque pensé que si no veía iba a ser mejor. Al cabo de algo de tiempo me podía la curiosidad y los abrí a ver qué estaba pasando… ¡error! Me encontré una placa metálica muy grande a escasos centímetros de mi cara y empecé a sentir muchísimo agobio. Desde entonces todo fue peor. El tiempo pasaba lentísimo y luego me dolió mucho la cabeza hasta el nivel de que mi mente se inventó que me estaba clavando algo.

En fin. Cuando se acabó y ya me levanté le pregunté a la enfermera: “¿Y ahora qué?”. Ella me contestó que mis resultados le llegarían al médico que hubiese pedido la prueba. ¿Quién ha pedido mi prueba?

En ese momento aparece una médico de dentro de una sala con un cristal y, tras preguntarme si estaba lactando (le dije que lo había hecho hasta una semana antes del yodo) me dijo que no me preocupase, que todo estaba bien; que había captación pero que eran restos tiroideos y que todo estaba bien. Yo me puse a llorar y le dije: “Voy a llorar” a lo que me contestó: “Llora, llora, que está bien”.

Al salir abracé a A. llorando y le dije que estaba curada. Él comenzó a llorar conmigo. Salimos de aquel sótano y llamé corriendo a mi padre y a mis 3 hermanos. Uno por uno. Y lloraron conmigo. “Lo has superado por las dos”,me decían refiriéndose a mi madre. “Lo hemos conseguido”. 

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