Después de la tormenta…

¿Llega la calma?

Los días después del yodo, la gammagrafía y el subidón de las buenas noticias, nos fuimos los cuatro al Pirineo Aragonés, a casa de mi tía D. 

Mi tía D. vive a caballo entre dos mundos, el de la Tierra y el del infinito y más allá. Eso le otorga cierta conexión con otros aspectos de la vida, no limitándose a lo que los ojos le enseñan. Ella me llamó y me dijo que fuéramos unos días a su casa en el Pirineo, a conectar con la naturaleza, a pasear y a comer (es una excelente cocinera). Sus palabras fueron: “ven, que te cuide”. Y hasta ese momento no me di cuenta de cuánto lo necesitaba. 

Allí paseamos, hablamos, dormimos y comimos. Y fue en ese momento, cuando me relajé después de toda la tensión acumulada después de los últimos 6 meses, que comenzó mi periodo de “resaca”. A pesar de pensar objetivamente que no pasaba nada, que ya estaba curada y que lo que había pasado era un mal sueño y un, como nos empeñábamos en llamarlo, un cáncer de segunda, sin saber muy bien por qué, me invadió la tristeza. Sentía pena por mi, por mi familia, y por todas las personas que me habían acompañado en el proceso. ¿Por qué si ya estaba curada? No lo sé. 

Las semanas siguientes terminó mi baja maternal y A. y yo decidimos extenderla un poco más y pedir una excedencia de unos meses en mi trabajo para poder seguir cuidando de nuestros mellizos

Fue una época en la que me dediqué a mis hijos y a mí misma. 




En mayo, cinco meses después de la gammagrafía, tuve mi primera revisión en el hospital. Hacía dos semanas que me había incorporado a trabajar, sin cicatrices visibles ya, y con mis bebés en el Colegio conmigo. Me había salido todo redondo. 

Fui a ver a Isabel yo sola porque le dije a A. que no hacía falta que me acompañara, que me revisaría la dosis de tirosina y poco más, que no se preocupara. Una vez allí, temerosa por la respuesta, le dije: “Vale, ¿y ahora qué? ¿Qué puede pasar? ¿Cuáles son los siguientes pasos?”. Me habían dado unos meses de respiro pero sabía que cuando has tenido cáncer te hacen revisiones constantes para ver qué tal va todo. 

En ese momento me preguntó extrañada: “¿Es que no te lo he explicado nunca?” Pues no, no tenía ni idea (una vez más). Giró la pantalla del ordenador para que pudiera verla y me pone una presentación Power Point en los que me explicó todas las posibilidades: 

  1. Que queden restos y me tengan que dar yodo otra vez. 
  2. Que queden restos y me tengan que operar otra vez.
  3. Que se haya extendido y haya que hacer una intervención mayor con vaciamiento ganglionar. 
  4. Curación. 

Estupendo. De las cuatro opciones posibles, solo una contemplaba la curación. Pero vamos a ver, ¿no estaba curada ya? ¿Y esos restos tiroideos que me dijo la médico en la gamma que habían quedado, qué son? Ella me dijo que estaba curada, ¿cómo pudo hacerlo si solo era una de las cuatro posibilidades? 

Todavía, a día de hoy, nos hacemos esa pregunta. 

Me enfadé mucho. Le pregunté que por qué no me lo había dicho y me dijo que era porque no estaba en condiciones, porque estaba muy cansada con los niños y todo lo sucedido y que no estaba preparada. En mi opinión, creo que es el paciente el que debe valorar eso, no el médico. Yo viví durante 6 meses pensando que me había curado. Me corté mi larga melena y la doné a la AECC para contribuir con la causa. Me uní a la Asociación. Me fui de comida con mis amigas para celebrarlo. ¡Me fui a visitar a mi padre al otro lado del Atlántico para celebrarlo! 

Y como no podía ser de otra manera, una vez más, apareció el miedo

A la semana siguiente me hicieron una ecografía control y ese día conocí a Carlos, la mano ejecutora. Puso cara de circunstancias mientras miraba. Yo tenía el corazón a mil por hora. Al final me dijo: “Laura, hay unos ganglios que no tienen buena pinta”. No podía ser. Otra vez no. Con el corazón a tres mil, le pregunté que qué había que hacer. “Habrá que operar de nuevo con casi toda probabilidad; eso, u otra sesión de yodo”. 

Salgo, se lo digo a A., y empezamos otra vez: llantos, nervios, miedo. Voy a casa, recojo a mis hijos y me voy con ellos al Corte Inglés a devolver unos pantalones.

Llamo a mi Hermana #2 y lejos de animarme se enfada también, con la enfermedad y conmigo: “¡Te dije que te hicieras un Pet Tac! ¿Por qué no me hiciste caso?”. Hoy le respondo: no lo hice porque no tuve el coraje para hacerlo. Porque estaba cansada y porque quería creer que estaba curada y que esa pesadilla había acabado. Porque me dio 6 meses de tregua para descansar, coger fuerzas para el segundo asalto y porque necesitaba centrarme en mi otra misión de ese momento: la maternidad

Ese día comenzó la segunda batalla en nuestra lucha contra el cáncer de tiroides: la metástasis ganglionar. 

Al cabo de los días me hicieron una punción para analizar los ganglios y a las dos semanas A. y yo fuimos a ver a Isabel de nuevo. A los 5 minutos de nuestra visita vino J.M., mi cirujana, a la consulta. Sacó el móvil: “¿Cuándo te operamos? ¿El 4 de julio?” 

Venga ya. ¿No hay días y tiene que ser el día de antes del primer cumpleaños de L&L? 

Le digo que no, que ese día no me voy a operar. A. me mira enfadado y me dice: “Te operarás cuando te digan, da igual el día”. 

Me puse a llorar y miré a J.M.: “El 5 de julio es el primer cumpleaños de mis mellizos; por favor, quiero celebrarlo con ellos”. 

«Te operamos el 3 y el 5 soplas las velas con ellos», me dijo.

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